“En la oscuridad puedo colgar en las paredes de mi mente lienzos de colores, en la soledad puedo ver quién soy bajo la piel"
Beatriz y los cuerpos celestes

viernes, 24 de agosto de 2012

Tu elemento

Estos días me estoy leyendo un libro llamado "El Elemento", que trata sobre la capacidad de cada quién para descubrir cuál es su verdadera vocación y explotarla al máximo a lo largo de su vida.

Hasta hace bien poco he tenido grandes dilemas por culpa de este tema. Elegir carrera universitaria me ha costado bastante, y creo que hasta que no empiece el curso no sabré si he tomado la mejor decisión. En cualquier caso no quiero hablar de esta experiencia, sino reflexionar  sobre lo que este libro plantea. ¿Será cierto que cada uno de nosotros tiene una verdadera vocación, una habilidad especial? De ser así, quizás lo más difícil sea descubrirla. Una vez que sabes que está ahí, ponerla en práctica te sale solo, sin esfuerzo. Lo necesitas como el aire para respirar. 

Muchas veces tomamos un camino en la vida que no está inspirado en lo que realmente queremos hacer, sino obligado por las circunstancias que nos rodean. Imaginad un contable que, luego de veinte años de duro trabajo, descubre su gran afición por la escritura. Nunca es tarde para intentar dejarlo todo y dedicarse a lo que realmente te gusta, a lo que te llena por completo. A mí me llaman mucho la atención los testimonios de personas que se dan cuenta de cuál es su verdadera vocación, rompen con todo y deciden seguir adelante con sus proyectos, porque eso es lo que les hace felices. No sé si será cuestión de valentía o si es más bien la propia necesidad de hacer lo que realmente te gusta lo que te impulsa a realizar un cambio tan radical, pero en cualquier caso, el resultado suele ser bastante satisfactorio.

Lo que quiero decir con todo esto es que nunca es tarde para hacer lo que realmente nos gusta. Hay personas que se dan cuenta a mi edad, justo antes de empezar la carrera, y otras que lo hacen en vísperas de su jubilación. Lo importante es hacerlo; descubrir que hay algo oculto dentro de tí que te permite dar rienda suelta a tu creatividad y alcanzar límites antes inimaginables; algo que forma parte de tu esencia, que te cambia por completo: tu elemento.


¿Y tú? ¿Has descubierto el tuyo?

lunes, 20 de agosto de 2012

Vivir

¿Sabéis esa sensación de necesitar un cambio en tu vida, de querer romper con todo y empezar desde cero? Normalmente se siente eso cuando sucede algo que o bien te tiene harto, o bien te hace reflexionar y sacar todo lo que llevas dentro. A mí me ha sucedido una mezcla de las dos, y creo que estoy empezando a abrir los ojos con respecto a muuuuuuchas cosas.

He estado durante demasiado tiempo "agazapada", escondida, alejada del mundo y de todo lo que me rodea. No he tenido ganas de hacer nada ni de ver a nadie, simplemente de bajar las persianas y de decir aquello de "adiós mundo, hoy no me apetece plantarte cara". Pero claro, pasa el tiempo, saldas ciertas cuentas pendientes con tu pasado y te decides a intentar que todo sea diferente, a darle un giro a tu vida. Durante demasiado tiempo he estado sometida a la voluntad del destino, y me he dejado llevar sin más, como una marioneta. He dejado que mis miedos me vencieran, que la tristeza me convirtiera en un guiñapo y que el "qué dirán" pudiera más que mis convicciones. Estoy cansada de fingir, de no hacer lo que realmente siento que quiero hacer, de no dejarme llevar, de someterme a reglas estúpidas de comportamiento, de callarme la boca ante la evidencia... de no ser libre. He sido extremadamente idiota al no aprovechar el tiempo y ser feliz de una buena vez (que falta me hace), y me he disculpado continuamente diciendo que estaba muy dolida por todo lo que me había sucedido.

Sí, es cierto. He tenido problemas. Problemas muy fuertes, para qué nos vamos a engañar. Pero esos problemas (toquemos madera) van quedando atrás, y ahora mismo siento que estoy en terreno neutral. Vale, mi ciudad es una caja de cerillas y no hay demasiadas opciones, pero a veces hay demasiadas cosas a nuestro alrededor que no nos atrevemos a descubrir, que están ahí pero no las vemos. Yo tengo ganas de vivir nuevas experiencias, de no pensar tanto las cosas antes de hacerlas, de arrepentirme por haber cometido cualquier estupidez, de VIVIR. De vivir de una vez, de reir, de dejar en el pasado todo lo que ha sucedido, de aparcar las penas y ser yo misma. Siento que tengo mucho que ofrecer, pero aún no sé muy bien cómo empezar esta nueva aventura. Sólo espero que la vida esté de mi lado y me dé la oportunidad de hacer esto, de romper con todo y gritarle al mundo entero que aquí estoy yo, y que tengo miles de cosas que contar... y que hacer.


martes, 14 de agosto de 2012

Aquellos maravillosos "90s"

Hay quien dice que los años noventa hicieron mucho daño, mucho. Me imagino que este dicho se referirá a la forma de vestir, por supuesto.Yo nací en el noventa y cuatro, y aunque cualquier tiempo pasado no tiene por qué ser mejor, la verdad es que echo de menos aquella década en la que las mujeres lucían flequillos XXL y Britney Spears sonaba en la radio a todas horas. Y que conste que ni me gusta Britney Spears ni soy muy amiga de dejarme flequillo. Es una cuesión de nostalgia, de añoranza. Las letras de las canciones -desprovistas de la violencia del llamado "reggaeton"- tenían letras amables (a veces un tanto insulsas) que  invitaban a dejarse llevar.  La industria "Disney", desconocida entonces para Hannah Montana y los hermanos "JB" estaba en su esplendor con éxitos como "Pocahontas" o "El rey León", clásicos llenos de fantasía que  estaban a años luz de los filmes superficiales y comerciales que se hacen hoy en día para los más pequeños. Los niños alucinábamos con veinte duros, aún jugábamos en las calles y no nos daba vergüenza ver los dibujos animados a los ocho años. Éramos seguidores de "La Banda del patio", "Digimon", "Sakura", "Sailor Moon", "Pepper Ann" y un larguísimo etcétera. Hoy "Los Lunnis" y los "Gormiti" se adueñan de las televisiones, pero jamás podrán igualar a sus predecesores. 


"Ella baila sola" le cantaba a los amores rotos, "The Corrs" eran cada vez más famosos y los acordes de "Queen" aún retumbaban en los grandes estadios. Hoy un tal "Pitbull" martiriza a un entregado quórum que se sabe al dedillo sus "magistrales" composiciones. Y esto, señores, no es cuestión de gustos o de opinión personal. Es una cuestión de ética, de moralidad. Yo, por más bailable que sea, me niego a escuchar una canción en la que una mujer  es denigrada en todos los sentidos.

En los noventa vestíamos chándals horteras (muy horteras) y a las niñas nos ponían vestiditos con florecillas. Resultaba extraño que un niño de cinco años pronunciase palabrota alguna, y te empezaban a instruir en temas de contenido sexual a eso de los diez años. Hoy, los niños de seis añitos saben lo que es un "gilipollas", un "hijo de..." y, por supuesto, un "cabrón". La inocencia se extingue cada vez más tempranamente, y a muchos padres parece darles igual. 

Antes "flipábamos en colores" viendo "Megatrix" o "El Gran Prix" merendando "Phoskitos" o bocadillos de jamón. Ahora, las televisiones han creido más conveniente suprimir en gran medida la programación infantil y sustituirla por una señora rodeada de una corte de payasos -que dícense periodistas- de un tal "Sálvame". Pobre de aquella inocente criatura  que una tarde cualquiera se tope con semejante aberración televisiva mientras merienda.



Cada época está condicionada por una serie de circunstancias culturales, sociológicas, económicas... El siglo XXI también ha traido consigo infinidad de avances tecnológicos, ha sepultado muchos de los grandes errores del siglo veinte y ha desterrado en gran medida ciertas normas morales que nos han permitido convertirnos en una sociedad más moderna y avanzada, aunque aún nos queda un gran camino por recorrer. Pero claro, analizas la situación actual en su conjunto, te das cuenta de que los niños pequeños ya no son tan niños, y te preguntas si son ellos los que están creciendo demasiado rápido o si eres tú la que tardó en hacerlo. ¿Qué hay de malo en seguir siendo niño, en creer en los Reyes Magos, en ver dibujos animados, en taparte con una sábana por temor a que cualquier monstruo nocturno te secuestre, en dejarte la garganta cantando el "opening" de tu serie favorita, en coleccionar cromos o en teñirle el pelo con rotuladores a tu muñeca? 

Reivindico el derecho de los niños de hoy en día a seguir siendo niños, a no avergonzarse al hacer aquello que hoy en día se considera infantil y atrasado. Yo no sé si los niños de los noventa éramos más espabilados que los de ahora o no, pero lo que sí sé es que no nos hacía falta ningún iPhone ni insultar valientemente a la profesora para experimentar la indescriptible sensación de mancharnos la ropa de los domingos en el parque o de correr en el "Pilla, pilla" como si no hubiera mañana. Cada vez me queda más claro que la felicidad no se compra con dinero y que ser niño es el mejor oficio del mundo. Lástima que a veces se nos olvide.



sábado, 11 de agosto de 2012

Razón vs. Corazón

Dicen que hay razones que el corazón no entiende, o algo así. Esta tarde he hablado largo y tendido sobre ello con Chiyo, tal vez una de las personas más incomprensibles que existen sobre la faz de la Tierra, pero también una filósofa en potencia que me escucha pacientemente y sin rechistar (casi siempre).

-Tú a qué crees que debemos hacerle caso, ¿a la razón o al corazón?
-Ummm... al corazón. La razón muchas veces se equivoca, pero el corazón en realidad nos muestra el camino que queremos seguir. Si tomamos el camino de la razón, puede que tarde o temprano nos arrepintamos de no haber hecho lo que nuestro corazón nos decía, ¿no crees?
-Pero, ¿eso siempre es así?
-Bueno, no siempre. Si vamos a hacerle daño a una persona haciendo lo que nos dice nuestro corazón, tal vez lo mejor sea hacerle caso a la cabeza.
-Creo que lo tendré en cuenta. Ya lo pondré en práctica más adelante. (A saber en qué práctica malvada lo harás, pequeña).

Después de esta mini charla filosófica que nos hemos marcado en un ratito, ambas nos hemos quedado algo pensativas. Al menos, a mí me ha dado para reflexionar un buen rato. Está claro que cada situación que se nos pueda presentar en la vida será diferente a otras, y que cada persona es un mundo. Pero, puestos a generalizar un poco, quiero plantear la siguiente cuestión: ¿por qué muchas veces pensamos que lo que nos dice el corazón es algo traicionero que nos pasará factura y que lo que nos dice la razón es "lo correcto"? ¿Cuántas veces en la vida podremos llegar a arrepentirnos de no haber hecho aquello que más deseábamos porque nuestra conciencia nos refrenaba?

Al pensar en esto se me viene a la mente la película "Los puentes de Madison". Tras cuatro días con el amor de su vida, la protagonista decide permanecer junto a su marido y sus hijos y dejar pasar la oportunidad de ser feliz para no hacer sufrir a su familia, para cumplir con lo establecido. Luego de la partida de su gran amor, ella pasará el resto de su vida recordándole y anclada a una existencia entregada al cuidado de su esposo y a las tareas del hogar. Sí se hubiera ido con él, habría abandonado a su familia y la hubieran tachado de casquivana y libertina, pero hubiera sido inmensamente feliz. Si ponemos en una balanza lo que debemos hacer y lo que queremos hacer, ¿qué pesa más?




No sé cuál será la respuesta de muchas personas a esta pregunta, pero la mía a día de hoy es un tanto ambigua. Lo que ocurre es que nos sometemos estrictamente a lo establecido, a lo que debemos hacer. ¿Y por qué no hacer de vez en cuando aquello que realmente queremos hacer? ¿Por qué no arriesgarnos? ¿Por miedo? ¿Por la comodidad de permanecer tal y como estamos, sin realizar ningún cambio en nuestra vida?

Yo soy partidaria de hacerle caso a mi corazón, lo prometo. Pero claro, por más que el corazón diga una cosa, a veces la realidad nos impone una serie de limitaciones que nos obligan a hacerle caso a la razón. Lo único que tengo claro (y puede que me equivoque) es que en esta vida, siempre que le hacemos caso únicamente a la razón dejando de lado el corazón nos terminamos arrepintiendo. Arriesgar, jugar nuestras cartas, desafiar al futuro, ser nosotros mismos, dejar volar la imaginación y actuar.

Creo, Chiyo, que de alguna manera me has entendido.




jueves, 9 de agosto de 2012

Yo confieso

Yo confieso que me da miedo la perspectiva de país abandonado a su suerte que aparece en mi mente al ver el telediario. Yo confieso que no tengo un duro, y que dependo de becas para estudiar. Confieso que me aterroriza la idea de que esta situación vaya a peor, de que todo se torne irreversiblemente caótico y destructivo. Confieso que estoy llena de incertidumbre, que me siento como si estuviera caminando sobre un campo de minas. Es difícil tener dieciocho años en una época en la que todo es tan difícil. Saldremos de esta, supongo. ¿Pero cuándo? Pasan los días y un agujero negro consume el tiempo, tacha los días del calendario, borra ciertas esperanzas y nos sume en el desconcierto. Yo confieso que aparento ser valiente y segura de mí misma, pero ya no sé muy bien cuáles son mis convicciones ni en quién o qué debo creer.


Yo confieso que el futuro no me pillará desprevenida, y que antes de abandonarme al fracaso, prefiero abandonarme a mí misma.


viernes, 3 de agosto de 2012

I Cumple-blog

Happy Birthday to yooooouuu! ¡Sí! Este blog cumple un añito, increíble pero cierto. La verdad es que no sé muy bien por qué me animé a abrirlo; supongo que simplemente tenía ganas de escribir mis miles de rayadas en un espacio personal en el que yo y sólo yo (moi) pudiera decidir qué publicar, es decir, qué contarle al mundo (o a las pobres víctimas inocentes que me quisieran leer).

La verdad es que la experiencia en general ha sido muy positiva. Escribir me ha ayudado a ver las cosas de otra manera, a no coger berrinches innecesarios antes de tiempo y a leer a gente muy buena de diferentes partes de España. Entre esas personas me gustaría destacar a Mandarica y a Cartas a mi futuro yo, porque tienen más paciencia que el santo Job y han leído y comentado mis escritos casi desde el principio dándome ánimos en muchas ocasiones. ¡Gracias!

Resulta sorprendente la cantidad de personas que puedes conocer a través de la red. Quizás el anonimato o la seguridad que proporciona el estar detrás de una pantalla nos permiten desnudarnos (metafóricamente hablando, para lo otro ya están las webcams y las páginas X), contarle a personas que no conocemos de nada lo que nos ocurre, dejar un trocito de nosotros en cada escrito, en cada frase que dejamos. Es realmente muy bonito. 

Querido blog: contigo me he desahogado, he conocido a gente nueva, he dejado constancia de acontecimientos importantes de mi vida y te he torturado alguna que otra noche con mis múltiples dudas existenciales. Espero que no me lo tengas muy en cuenta y que me dures, al menos, una temporadita más (no seas tan vago como tu escritora y actualízate más a menudo, hombre).

Para finalizar, me gustaría que le cantásemos todos juntos el cumpleaños feliz al blog me diérais algún que otro consejillo para mejorar este espacio y sacarle el máximo partido posible (es decir, qué os gusta, qué creéis que podría mejorar, etc). ¡Gracias por estar ahí!



¿Para qué usar una tarta si tienes una rica magdalena?

miércoles, 1 de agosto de 2012

Estío

Calor. Calor asfixiante y una atmósfera cargada que me impide pensar con claridad. Suspiros. Agua sobre mis manos evaporada en cuestión de segundos. El "runrun" incesante del ventilador del ordenador. El eco de la televisión retumba en el cuarto, perdido, lejano. Gotas de sudor perlan mi frente. Un libro espera sobre la mesita de noche. Las dudas me asaltan de nuevo. Las pausas obligadas me cansan demasiado, pero a veces me siento incapaz de unir mis pensamientos dispersos mediante comas. 

Un extraño sopor se apodera de mí y mis dedos vacilan sobre los botones del mando a distancia. Escenas varias pasan ante mí veloces, irreverentes. La casa huele a fregasuelos. La calle es puro cemento y la sola idea de pisarla me derrite entera. Oasionalmente una ráfaga de aire fresco me devuelve a la vida. Entonces, cierro los ojos y me imagino perdida en una de esas playas paradisíacas que salen en el National Geographic. La pesadez de las palomas a lo lejos y el tubo de escape del coche tuneado del novio de la vecina me devuelven a mi barrio de siempre. Se oyen las persianas de las tiendas cerrándose con rapidez, como truenos. El cielo se va oscureciendo y a mí sólo me queda el maldito calor y la esperanza de que todo vaya mejor. Todo cambiará, seguro. Y con este pensamiento, abro mi libro y me abandono a su lectura; me sumerjo en historias ajenas que por unas horas me hacen volar y que me mantendrán despierta hasta la madrugada. Al día siguiente lamentaré las pocas horas de sueño, pero sueños, amigos míos, nunca me faltarán por cumplir.